No es poco común encontrar que las marcas de grandes empresas estén relacionadas con los apellidos de la familia: Inca Kola – Lindley; Cementos Lima – Rizo-Patrón; Kola Real – Añaños; BCP – Romero; etc. Con base en esta simple observación quisiera proponerles reflexionar sobre algunos temas:
– Muchas empresas peruanas -como las citadas- por muy grandes, corporativas y poderosas que sean hoy, nacieron como una empresa familiar. Es decir, los fundadores pasaron por los mismos avatares, riesgos, desilusiones, contratiempos que posiblemente esté pasando hoy su empresa. Si han llegado a donde están hoy es porque enfrentaron todos aquellos problemas y los superaron con valentía y sacrificio. Ese empuje es moneda común en todas las empresas que cuentan con décadas de funcionamiento.
– Dado que las empresas, conforme van creciendo, las componen un número cada vez más importante de personas, ese empuje que mencionamos en el párrafo anterior no sólo puede ser atributo del propietario-fundador, sino que de alguna manera debe ser transmitido e imitado por un número ‘suficiente’ de colaboradores. Suficiente porque si no se hace ‘masa crítica’ con este concepto, la organización no tendría el impulso necesario para enfrentar las dificultades propias de una organización inmersa en un mercado de competencia abierta.
– Si la empresa se mantiene y desarrolla es porque hay consumidores que la prefieren sobre otras alternativas. Dicho de otra manera, el mercado reconoce el resultado del esfuerzo y dedicación de los dueños fundadores y de los que cada día colaboran con ese mismo sentido.
– Así como la empresa se desarrolla, la familia también lo hace, y esto deriva en el ingreso de nuevos actores a la escena: los hijos y las hijas. ¿Traerán éstos el mismo empuje, dinamismo y dedicación que el/la fundador(a)?, ¿serán capaces de mantener encendido ese sentido de pertenencia de los colaboradores?
Para mantener la continuidad de la empresa familiar, la sucesión tiene que darse como fruto natural del desarrollo de la propia familia empresaria. Que los hijos quieran ser parte del proyecto empresarial del padre/madre es una decisión sobre la que difícilmente se puede influir. La vocación de cada quien les puede llevar a campos alejados del quehacer de los negocios; pero incluso si escogieran profesiones ligadas al quehacer empresarial, el que quieran trabajar en la empresa es una definición que puede no ser del agrado de los hijos.
Pero que los hijos sean parte del legado empresarial del padre es algo inevitable. Es decir, la empresa es heredable por los hijos, en tanto que forma parte de las propiedades del padre a través de las acciones. Entonces, en su calidad de accionistas, los hijos deben estar preparados para una sucesión que se dará de todas formas, salvo que el padre/madre decida vender la empresa antes que dejarla a sus herederos.
Si entendemos por marca como “el sello que define atributos distintivos de un producto”; si, a su vez, una marca está relacionada con una familia, con un apellido, ¿no es responsabilidad de quienes lo poseen mantener y superar esa imagen que nuestra marca empresarial y apellido familiar han ganado en los consumidores y en el mercado?
En un mundo cada vez más superfluo y relativista puede que estas preguntas suenen para algunos un poco románticas. Para quienes vemos en la empresa una oportunidad para dejar huella, para generar servicio, para actuar responsablemente con todos los grupos de interés (stakeholders), éstas son preguntas esenciales y que sólo encuentran respuesta práctica en un concepto que lamentablemente ha entrado en desuso y que evoca el ejercicio de un valor fundamental que usaban nuestros abuelos: el honor (cualidad moral que lleva al sujeto a cumplir con los deberes propios respecto al prójimo y a uno mismo). Sólo bajo la sombra de este concepto puede crecer el verde de un prestigio bien ganado.
Fuente: http://semanaeconomica.com/familiasac/2015/08/12/mi-familia-mi-marca/
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